Día 18 – Haja coração, amigo

“Chove chuva, chove sem parar”, dice una vieja canción de Jorge Ben Jor, uno de los capos de la música brasileña. ¿A qué viene esta referencia? Es que desde hace varíos días, salvo contadísimas excepciones, #lluvia es trending topic en Porto Alegre (y buena parte del sur de Brasil), ahí al lado de futebol, chimarrão y churrasco.

Justamente un churrasco era la excusa perfecta (bueno, la única) para sacarnos de la cama. ¿El motivo? Ver Brasil – Chile, por los octavos de final del Mundial, en la Comuna, uno de los lugares que mejor nos recibió en tierras gaúchas. Ahí estábamos a las 13:10 (sí, fieles a nuestra míssstica baldosera caímos con el partido ya empezado), después de haber caminado 10 cuadras bajo la intensa, y a esta altura insoportable, lluvia.

 Estaba lindo el fan fest

En la Comuna, al principio, todo era optimismo y predicciones (muy) favorables para la canarinha: triunfo 3-0, 3-1, clasificación garantizada y llanto chileno. Ni hablar cuando a los 18 del primer tiempo, ¿un chileno en contra, David Luiz? puso el 1 a 0 para Brasil. Lo que siguió fue lo que vio todo el mundo: arranques varios de Neymar y un sinfín de chances desperdiciadas principalmente por Fred y Hulk, dos de los jugadores más resistidos por los torcedores, según un relevamiento de Mundial Baldosero con muestras en São Paulo, Curitiba, Camboriú y Río Grande do Sul. Con la Comuna al borde de un ataque de nervios, ni siquiera las jarras de fernet y caipirinha, y los distintos cortes de carne (siempre acompañados por abundante fafafa farofa, obvio) lograban bajar la tensión.

El empate de Alexis Sánchez, cerca del final del primer tiempo, cayó como un baldazo de agua (todavía más) fría. Los brasileños, quizás por primera vez en toda su historia, se quedaron calladitos, buscando respuestas vaya uno a saber dónde.

 ¿Cómo se dice cagazo en portugués?

El gol anulado a Hulk, en el arranque de la segunda mitad, empeoró más las cosas. El miedo estaba ahí, en los ojos de ese grupo de brasileños que se juntó un sábado al mediodía y la estaba pasando realmente mal, gritándole a un televisor como si eso pudiera cambiar algo. La verdeamarelha seguía perdiéndose goles y Chile, replegado atrás, aguantando como podía, hizo trabajar a Julio César con algunas llegadas aisladas pero muy peligrosas. Como dice Galvão Bueno, el Araujo de ellos, “haja coração, amigo”.

El tiempo suplementario se fue en un suspiro. Eso sí, en la última Mauricio Pinilla estuvo a centímetros de clavarse en fila a 200 millones. Otra que John Holmes.

Los instantes previos a la hora del morbo (a.k.a. los penales) incluyeron un abrazo generalizado entre todos los presentes y cantitos amistosos contra nuestros hermanos trasandinos (fue furor uno terminado en “Ei, Chile, vai tomar no cu”). En lo que duró esa tanda de penales, vivimos el momento más tenso de nuestra estadía en Brasil: la Canarinha estaba a apenas cinco remates de quedarse afuera del Mundial. Los brasileños gritaban (mucho, incluso más de lo habitual), balbuceaban palabras ininteligibles, se tapaban los ojos, saltaban, se abrazaban. Cada uno lo vivía en su mambo. Hasta que llegó el turno del chileno Gonzalo Jara.

 La comuna dada vuelta (?)

Cuando ese disparo se estrelló en el poste, volaron latas de cerveza y farofa. Los que hace apenas un ratito sufrían como pocas veces, se reían como toda la vida. Brasil, sin sobrarle nada, una vez más, dejaba en el camino a Chile en octavos de final de un Mundial. Afuera continuaba lloviendo, como siempre, y las pulsaciones seguían a mil. Ya lo dijo Galvão, haja coração, amigo.