Día 17 - Los muertos

Viernes 27 de junio, el primer día de la Copa sin partidos. No sólo descansan los jugadores, sino que también descansan los hinchas, los dirigentes, los voluntarios, las prostitutas, los periodistas. No es que dejen de trabajar, pero al menos se hacen un hueco entre tanto fútbol. Un breve respiro, a esta altura del Mundial, no le viene mal a nadie. ¿Qué hicimos nosotros, entonces? ¿dormir? ¡Ni a palos!

La jornada del staff baldosero arrancó nuevamente bien temprano en Porto Alegre, para ir a conocer...¡la zona de los cementerios! Nada es casual, por supuesto. Y no es por nuestra condición de muertos que elegimos ese recorrido, sino porque allí mismo, entre lápidas y nichos, también emergen historias futboleras, gracias a dos estadios legendarios. Uno, el ya desaparecido Estádio da Montanha, vendido a finales de los años 60 por el presidente del Cruzeiro de Rio Grande do Sul, para que se contruyera el Cementerio Ecumênico João XXIII. En la actualidad, uno puede sentarse en las viejas tribunas y putear a los muertos, pero de forma literal.

 Adelante los muertos, detrás el Olímpico

A pocos metros de ese cementerio, se encuenta el Estadio Olímpico Monumental de Porto Alegre, el histórico reducto del Gremio (ahí donde Boca ganó la Libertadores de 2007, por ejemplo), que en estos momentos se encuentra en etapa de demolición. Todo lo que vimos en el barrio Azenha está ligado con la muerte. Pero no nos detendremos hoy en esos estadios, sino que saltamos directamente a lo que sucedió por la noche. Porque en nuestro día de descanso mundialista, también hubo fútbol.

Desde que llegamos a Porto Alegre, nos juntamos absolutamente todos los días con la gente de La Comuna, unos muchachos que viven el fútbol como una excusa para vivir de joda. Organizarse para ir a tomar unas birras, entonces, no es nada complicado. Sucede todo el tiempo y a cualquier hora. ¿Pero qué pasa si el plan es jugar a la pelota? Eso puede ser un poco más difícil.

Después de varias vueltas, en las que hubo cambios de escenarios (íbamos a jugar en el barro) y de equipos (iba a ser un 7 vs. 7 multi étnico, con participación de colombianos y coreanos), finalmente terminamos jugando en la canchita de fútbol 5 de Pão dos Pobres, una fundación religiosa destinada a educar a los chicos más necesitados. 

  Dunga hizo una donación importante a Pão dos Pobres

Después de los himnos y los saludos protocolares (?), llegó el turno del fútbol. Nuestro equipo, formado por 3 argentinos (Nicolás, Natalio y Juan), un uruguayo (Cabeza) y un brasilero (Luigi Rokero). El rival, mientras tanto, alineó a todos putos brasucas: Neni, Leo, Diego, Giordano, el hermano de Diego(?) y Lambretta.

El entusiasmo que llevábamos encima por tratarse de nuestro primer partido en Brasil, nos puso en ventaja a los pocos minutos y llegamos a estar 4 goles arriba. Parecíamos un comercial emotivo de esas empresas que le dan bola al fútbol sólo en épocas de mundial. Corríamos, transpirábamos, metíamos. Todo con una música épica de fondo...hasta que se rayó el disco y empezó a saltar.

La falta de piernas, la imposibilidad de hacer cambios (ellos tenían un suplente y hasta un arquero fijo) y la presión de ser visitantes, nos puso contra las cuerdas y a falta de pocos minutos llegamos a estar 3 abajo. Intentamos la heroica. Fuimos todos A la carga Barracas, pero no se pudo. Obviamente, al uruguayo le saltó la térmica y quiso morder trompear a Lambretta, que después de haber estado desaparecido en todo el partido, empezó a tirar lujos cuando iban ganando por tres. Bien de brasilero.

Excusas y más excusas. Perdimos por uno, a llorar a la iglesia. Por suerte ahí teníamos una, porque ya no nos podíamos mover.