Día 31 - La copa y la bolsa

Para nuestro último día de descanso en Ubatuba, teníamos un plan perfecto: salir a recorrer la ciudad en bicicleta (15 reales el alquiler diario) y meter algo de playa. Aunque para eso, claro, necesitábamos que no lloviera, situación que se da muy de vez en cuando en este lugar. Cuando nos despertamos con un sol radiante que nos golpeaba la ventana, nos emocionamos como si hubiésemos conseguido entradas para la final con el método Delorte. Todo sobre ruedas.

Parada obligada

Dos de nosotros (Juan y Natalio, los activos) salimos pedaleando con destino a Praia Grande, uno de los balnearios más populares de Ubatuba. Los otros dos (Cabeza y Nicolás, los pasivos) también salieron con el mismo destino marcado en el GPS, porque los putitos fueron en auto.

Vale decir, que el GPS nos hubiera venido bien a los que íbamos en bici, porque el hecho de ir admirando los paisajes nos hizo errar la ruta y tuvimos que hacer unos kilómetros de más...aunque no en vano. No doblar en el lugar correcto nos hizo conocer, accidentalmente, el mar turquesa por primera vez desde que estamos en Brasil. Las ganas de quedarse eran muchas, pero decidimos retomar el camino inicial para encontrarnos con el resto.

La sede

Varias pedaleadas más adelante, pasamos por un buffett medio pelo que en sus paredes tenía el escudo de un equipo de fútbol: el Esporte Clube Itaguá, bicampeón del Litoral y pentacampeón de la Liga Ubatubense. Lo curioso es que a escasos cuatro metros de la cocina donde se preparan algunos platos básicos para almorzar por unos pocos reales, está uno de los arcos del estadio. Todo muy pegadito, demasiado cerca. Para que se den una idea, al lado de la cocina también está el cuartito/oficina/depósito/vitrina del club, donde el canchero/sereno/dirigente guarda latas de pintura, pelotas y trofeos, que también sirven de perchero para las bolsas que andan dando vuelta. La humildad del ascenso.

 Devolvé la bolsa (?)

Antes de irnos, hablamos con el multifacético personaje, al que le preguntamos cómo hacía para mantener un campo de juego en una ciudad donde llueve todo el tiempo. No llegó a indignarse, pero nos dijo que era mentira que en Ubatuba llovía siempre. "Apenas 4 horas por día". Casi nada (?).

Conformes por haber encontrado una nota que no teníamos en los planes, nos subimos nuevamente a las bicicletas y seguimos camino a Praia Grande, a la que llegamos después de andar bastante. De nuestros compañeros, ni noticias. Ahí fue que decidimos bajar a la playa para darnos el merecido chapuzón. Justo en el mismísimo momento donde pusimos los pies en la arena, la gente empezó a agarrar sus cosas y a correr desesperadamente. Se venía la tormenta. #LaSuerteDeEnUnaBaldosa una vez más se hacía presente.

Quisimos quedarnos firmes ahí, pero la cosa se puso fulera. En cuestión de segundos la playa quedó desierta y la lluvia torrencial empezó a caer. Subimos a las bicis y volvimos por el mismo camino por el que habíamos llegado, aprovechando el regreso para pasar nuevamente por el club y putear al canchero que decía que era mentira que en Ubatuba llovía todo el tiempo. ¡Hijo de puta!

Empapados como nunca antes en nuestras vidas, llegamos al hotel antes que los putos que habían ido en auto. Un rato después, nos unimos para hacer algo que teníamos pendiente desde hace algunos días: internar a la pantera.

 Devolvé la bolsa II

Las noches de sexo, drogas y alcohol (todo lo que no practicamos nosotros) puso a nuestra mascota al borde de la muerte. Como buenos amigos que somos, decidimos dejarla en un centro de rehabilitación. Mañana salimos para Río de Janeiro sin ella, cosa que lamentamos muchísimo.

La vida es así de jodida: la copa o la bolsa. Las dos cosas juntas, no. Salvo en el cuartito del Itaguá.