Día 29 - Próxima estación: Río de Janeiro

En uno de mis primeros posts en este blog (si no fue el primero, pega en el palo) conté mi vasta experiencia de desilusiones viendo a la Argentina en Mundiales. Hasta ayer, era el único integrante del staff de Mundial Baldosero que nunca había visto a su selección en semifinales (¡hasta el uruguayo lo hizo!).

Tampoco voy a caretearla. Hace un mes (e incluso menos) no tenía demasiadas ilusiones. Si bien el fixture determinó un cuadro medianamente accesible, el fantasma de los cuartos de final estaba ahí, agazapado, esperando que Argentina se cruzara en su camino para mandarnos de vuelta a casa en el primer vuelo de línea rumbo a Ezeiza.

Pero en el medio las cosas salieron más o menos bien. La selección terminó primera en su grupo, sufrió más de la cuenta contra Suiza en octavos y despachó bien a la Bélgica hipster en cuartos. Llegamos a semis. ¿El rival? Holanda, el mismo que nos dejó afuera en cuartos de final en Francia 1998, la única vez que lloré por la selección.

La jugada del partido

Con el cagazo lógico que implica todo lo desconocido, salimos desde Ubatuba, nuestro búnker permanente durante la última semana, con destino a São Paulo, la ciudad donde se jugaba el segundo partido de semifinales, el más importante desde 1990, ya con los locales fuera de competencia.

Unos 235 kilómetros separan Ubatuba de la capital paulista. Parece poco, pero acá la ruta siempre se hace respetar. El primer tramo es por las sierras, con muchas subidas y bajadas y curvas bien pronunciadas. El segundo, ya mucho más tranquilo, por la autopista.

Tres horas después estábamos en la terminal Palmeiras-Barra Funda. Apenas un puñadito de estaciones de subte nos alejaban del Vale de Anhangabaú, donde está ubicado el Fan Fest de São Paulo. Ni bien bajamos del subte, la lluvia que nos amenazó durante buena parte del viaje se transformaba en realidad.

Manija mundialista.

Desamparados, tuvimos que buscar refugio en un shopping del centro, a escasos 200 metros del lugar donde luego veríamos el partido. Faltaban cuatro horas y había que pensar en otra cosa. La ansiedad y los nervios nos carcomían por dentro.

Como cada vez que juega Argentina (ya lo vivimos en Porto Alegre), la seguridad se triplica. Policías, brigada militar, fuerzas de choque y hasta el BOPE (la versión local del GEOF o el grupo Halcón) copan las calles para evitar que haya incidentes con los barrabravas. Los barras existen, están acá, son unos cuantos y se hacen notar. Porque gritan, porque cantan “Brasil, decime qué se siente”, porque intimidan y, principalmente, porque bardean a los brasucas por el 7 a 1 contra Alemania. 

Messi Papá Noel y el Papa.

Ya falta menos para el partido y el cielo está cada vez más gris. Pero da igual, el Fan Fest es una fiesta. Está minado de argentinos, de brasileños que hinchan por Holanda y de un par de locales que, vaya uno a saber por qué, quieren que ganemos nosotros.

Estamos esperando una señal,

De arriba, de abajo, mándenla

(Hablan por la espalda - Macumba)

Arranca la semi, los argentinos siguen con el “decime qué se siente” y los brasileños responden con una que dice "Mil gols, mil gols, mil gols, mil gols, mil gols, só Pelé, só Pelé, Maradona cheirador...", burlándose de las supuestas adicciones del Diez. Un par de los nuestros gritan que Pelé debutó con un pibe y los locales dale que dale contra el Diego. A lo lejos, en la pantalla gigante, los equipos se miden. Es prueba y error. Es una semifinal del Mundial, nadie regala nada.

En el entretiempo, aprovechamos para cambiar la locación: volvimos al Centro Abierto de Medios, que está al lado del Fan Fest. Ahí nos encontramos con viejos conocidos, como el relator ecuatoriano que conocimos en Porto Alegre, que ahora simulaba estar en el Arena Corinthians. Mientras la Pantera aprovechaba para hacer una sesión de fotos y daba entrevistas para diversos medios locales, sufríamos con el segundo tiempo, el suplementario y sí, los penales.

Allá vamos. (Foto: Marca de gol)

En los penales están los presos los que eligen no moverse, los que no pueden parar de moverse, los que no quieren mirar, los que se tapan la cara pero dejan un huequito libre para ver qué mierda pasa, los que hacen cuernitos, los que invocan a ex presidentes mufas. Todo vale. Cada uno lo vive en su mambo.

Cada atajada de Romero se gritaba como si fuera la final y no la semi, y cuando Maxi Rodríguez metió el cuarto remate estallamos todos. Celebrar en la cara a tu eterno rival es una de las sensaciones más lindas. El mejor de los sueños.

Ya es de noche, quedaron atrás São Paulo, Holanda, Brasil y los festejos en la puerta de la Praça das Artes (esa que hoy, a la distancia, fue nuestro Obelisco). Hay mucha niebla y tenemos 235 kilómetros por delante. Pero no importa, Argentina se metió en la final de un Mundial después de 24 años.

Vení, Brasil, sentate, que te contamos qué se siente.