Día 22: La masacre de Saquinho

Después de una semana, le vimos la cara a Dios al sol. En esa frase estaría el comienzo y el final de este post si no hubiésemos conocido el Trilho a Saquinho, el primer gran protagonista de nuestro primer día entero en Florianópolis (en realidad habíamos llegado la noche anterior, pero sólo nos alcanzó para cenar en Bar do Arante, un pintoresco lugar repleto de papelitos).

Luego del desayuno en Frankville Hostel, nuestro anfitrión nos propone disfrutar del sol en la playa, pero no en la playa de Pantano do Sul; tampoco en Praia da Solidao, la última con accesibilidad universal. El objetivo era llegar a Praia do Saquinho. "Hay un sendero para llegar", dijo Pachi, y no nos mintió. El sendero, que existe y nace en Solidao, es la única forma de llegar a Saquinho, un paraje o como quieran llamarle, que alberga unas veinte familias que viven sin energía eléctrica y demás berretines que se pusieron de moda con el fin del comunismo (?).

Lo que no nos dijo fue que el sendero es a través del morro (se veía desde la playa pero no parecía tan asesino), con subidas muy empinadas y sus correspondientes bajadas; curvas, panorámicas, vegetación abundante y cachoeiras. Ojo, tampoco nos adivirtió que era un camino muy exigente para el físico de dos sedentarios que no la ponen nunca sólo putean detrás de un teclado y que además estaban de ojotas. Los otros dos integrantes del staff (Juan y Natalio), mucho más activos sexualmente hablando (?) y con zapatillas, se la bancaron como hombres que son.

Jonestown vive

El cansancio de los más flojos era entendible, pero lo realmente inexplicable era el susto que expresaban sus rostros, producto del largo trayecto de vegetación espesa, sólo matizado por una cabaña con unas figuras pintadas que le hubieran replanteado muchas cosas a Jim Jones. Sin guías a la vista y con la cabaña del loco a la derecha, decidimos apurar el paso a ver si llegábamos de una puta vez a esa playa o a alguna parte donde alguien además de nosotros escuchara caer el árbol del proverbio ese.

Con los pies maltrechos, sin darnos cuenta de que todavía nos faltaba volver al hostel y que las bajadas se iban a transformar en empinadas subidas, llegamos finalmente a Praia do Saquinho. El paraíso soñado, la tierra prometida. Una playa, bah (?).

De rojo, el protagonista de Náufrago

Ahí tuvimos tiempo para descansar, sentir el viento en la cara, conectarnos con la naturaleza, meter las patas en el agua y, después de algunas fotos de turista, emprender el regreso al hotel por el mismo camino.

De más está decir que el retorno fue casi fatal para los más putos. Uno de ellos (no vamos a decir cuál, pero es el Rey de una red social), necesitó de ayuda para volver y quedó de cama por el resto del día. El otro (no vamos a decir cuál, pero no es argentino) quedó tan destrozado que metió una siesta a la tarde y después se fue a dormir antes de la medianoche, dejando esta nota por la mitad y dándonos la posibilidad de meter mano en el texto. Este es el resultado.

Cosas que pasan en un día sin fútbol. Mundial, no te mueras nunca.